Carta a una señorita en San Luis

the hermit
4 min readApr 2, 2023

--

Te escribo esto y no te lo digo en persona porque confío más en tu soledad — la lectura en silencio tiene una flexibilidad más amena con el proceso de aprehensión de ideas — que en mi propia voz para hacerte llegar algunas cosas que he pensado.
No estoy orgulloso de haberme enojado el domingo ni de que tuviésemos ese pequeño altercado, pero tampoco voy a quitarle el mérito. Quizás no es muy simpático cruzarse con la cara de las personas que no se muestra en las redes sociales, dicho de otra forma, con aquella parte espontánea y real de nosotros que ocultamos en la distancia que existe entre la virtualidad y el mundo real. Como te decía, no estoy orgulloso de mostrar la hilacha en frente tuyo pero, al menos, creo que fue un episodio honesto. También soy eso. Estoy repleto de inseguridades y defectos, y aunque trabaje en ser una persona más amable, o más o menos serena, en determinadas situaciones no logro controlar mis emociones.
Hasta cierto punto sigo sosteniendo las demandas que te hice el domingo, sobre todo las relativas a que te necesito un poco más cerca, pero lamento si alguna de ellas te hizo sentir que lo que me das es insuficiente. Quizás usé las palabras incorrectas, no quiero que esa idea quede haciendo eco en tu cabeza.
Creo haberte dicho que antes de conocerte atravesé un período de soledad que necesitaba para reencontrarme conmigo mismo, durante ese tiempo encontré una calma preciosa sin percatarme de que podría volverse algo peligrosa. Pueden pasar muchas cosas en soledad, se pueden alcanzar niveles de introspección y de subjetivación muy constructivos, no obstante tienen sus pros y sus contras. Entre los primeros, puedo decir que logré conocerme mucho más de lo que imaginaba que me conocía, lo que también me permitió tener un mayor control de mí mismo; en relación a los segundos, entendí que la soledad se vuelve una zona de confort de la que cuesta salir y que aleja — ante la eventual pérdida del control — de relaciones reales con otras personas.

Creo que los procesos de autoconocimiento son vivencias narrativas, de cierto modo descubrimos quiénes somos y luego nos lo contamos a nosotros mismos, como si fuese una historia o la descripción de un personaje, de manera que me atrevo a decir que tal experiencia es más racional que emocional, por lo menos así lo fue en mi caso. Se me hace muchísimo más fácil controlar ideas y discursos que emociones, y muchas veces caigo en el error de racionalizar lo que siento.

Yo estaba solo cuando vos llegaste, de ningún modo podría ser insuficiente tu forma de quererme. Mientras daba vueltas a esto, caí en la trampa de pensar que quizás no se adecuaba al relato que sobre el amor yo había idealizado pero, aunque esté bien que así sea — anhelar lo contrario sería egoísta — , esta idea tampoco me cerraba, de alguna manera guarda una incompatibilidad con lo que siento: te quiero en mi vida, te quiero cerca mío, estás, y sin embargo éstas conclusiones pretenciosas y apresuradas confrontan el sentimiento con la razón. Me siento a gusto con vos y me transmitís tu afecto.

Torpemente, intentando racionalizar mis emociones, en un momento en el que estaban a flor de piel por tu ida y ante el deseo de tener más atención de tu parte, te dije algo así como que “mis expectativas respecto a nosotros no estaban satisfechas”. Por tratar de verbalizar lo que sentía, mis emociones se tradujeron en las palabras incorrectas.

Ojeando un libro de Skliar que trata sobre la soledad, encontré una idea que me ayudó a reflexionar sobre todo esto, una que obviamente es mucho más profunda que las pelotudeces que pretenciosamente yo formulo:

“La pregunta por la soledad lo desordena todo: el mundo parece estar siempre en orden y por lo tanto inmóvil, sin brisas que atraviesan, sin nuevas cartas que parten o llegan, desierto y desalmado. Nadie pregunta porque nadie quisiera ser preguntado: el temor a una pregunta es solo comparable a la duración del destierro (…)”.

Quiero que resignifiquemos lo que pasó el domingo, son necesarias las conversaciones “incómodas” si queremos acercarnos un poco más a quiénes somos de verdad, es incómodo ver al otro mostrar la hilacha, más aún cuando la actualidad imprime en los vínculos un deber ser estético. Supongo que, en parte, esto también es conocernos.

Respondo a tu pregunta del lunes “¿será suficiente para vos lo que yo tengo para ofrecerte?”. Después de haber reflexionado sigo sosteniendo que te quiero cerca mío y que se me hace eterno un mes sin poder tocarte, pero me gustaría que te quedes con esto: el problema no está en que no sea suficiente lo que puedas ofrecerme o en que sean mis expectativas las que están insatisfechas; el problema han sido mis emociones, perdí el control que la soledad me había dado sobre ellas y recién ahora he podido verlo: estaba solo, en un relativo orden, más parecido a una larga noche solitaria de lectura, llena de certezas, que al impacto de un abrazo; y apareciste vos a darme una puñalada de calor, como el cuadro que pintaste, a llenarme de incógnitas, a moverme del lugar en el que estaba, quizás uno en el que yo me había olvidado cómo era sentir.

“Hace tiempo que nadie pregunta algo que nos aleje de donde estamos, que nos convide a quitarnos de nosotros mismos; hace tiempo que nadie nos mira a los ojos y nos sacude la aparente calma”.

Manuel

--

--